El 20 de abril, cuando absolutamente nadie miraba, el barril de petróleo se cotizó en negativo. El de West Texas Intermediate, de referencia para el mercado de Norteamérica, cerró a -37,63 dólares; el Brent, de referencia en Europa, no llegó a tanto por razones puramente técnicas, mas incluso de este modo se cayó hasta 19,33 dólares americanos al día después. En aquel instante, la industria petrolera estaba extrayendo unos 20 millones de barriles al día, mas el planeta no los quería y los depósitos de reservas estaban llenándose demasiado veloz.
Puede parecer un hecho nuevo fruto de una pandemia nueva, mas ese no es el mensaje que llegó a los grandes países productores de petróleo (recortaron la producción prácticamente 10 millones de barriles diarios desde mayo) ni a las 5 grandes compañías petroleras del planeta (que vieron de qué forma el valor de sus activos se depreciaron en 50.000 millones de dólares americanos). El mensaje que llegó fue más bien que **venían tiempos de mudanza.
La saudita Aramco, la «compañía más rentable del planeta», ha visto como sus beneficios caían un 73,4%, mas el movimiento más interesante probablemente tiene nombres y apellidos: BP. Mientras que la compañía petrolera británica aceptaba un impacto de hasta 17.500 millones de dólares americanos fruto de la crisis del COVID, se reafirmaba en su plan de transformarse en una compañía «cero emisiones» ya antes de 2050. ¿Tiene sentido en un largo plazo o bien es una contestación precipitada a una crisis pasajera?
BP a través del desierto
De entrada, BP se comprometió 50 gigavatios de energías renovables ya antes de 2030. Eso supone acrecentar 20 veces lo que tiene hasta el momento. Se trata de una contestación clara a la «creciente presión» de activistas, bancos, fondos y gobiernos para ‘modificar’ su modelo de negocio lejos de los comburentes fósiles. Al fin y a la postre, la italiana ENI había anunciado un compromiso afín (si bien considerablemente más pequeño) la semana anterior. Repsol, Shell o bien Equinor asimismo están en esa línea, mas con proyectos de menor entidad.
El caso de BP es extraño y, al unísono, interesantísimo. Ya amontona una deuda de 41.000 millones de dólares americanos y el valor de sus acciones se ha reducido a la mitad en los últimos tiempos. Es verdad que esta transición cara lo verde puede ser la única forma de escapar de un futuro muy complicado, mas (conforme sus datos) acarreará una inversión de decenas y decenas de miles y miles de millones de dólares americanos a lo largo de la próxima década y, quizá lo más esencial, la va a llevar a admitir rendimientos inferiores a los que se podrían conseguir con el petróleo.
Es decir, la jugada de BP le va a llevar a recortar su producción de petróleo y gas en un 40% a lo largo de la próxima década para comenzar una muy larga marcha a través del desierto de las bajas rentabilidades a la aguardar reaparecer como un «gigante verde» en una economía descarbonizada. Esto puede tener sentido para la compañía (que aseguraría su existencia), mas ¿tiene sentido para un mercado donde ya hay empresas de energías renovables con fuerza asentadas y con crecimientos muy, muy rápidos? La danesa Orsted, uno de los mayores desarrolladores de energía eólica marina del planeta, ha aumentado un 135% su valor en exactamente el mismo periodo en que BP se caía. Aun Iberdrola ha aumentado un 78% el valor de sus acciones en los últimos un par de años.
Vivimos tiempos interesantes de eso no cabe duda, mas el dudoso futuro de las petroleras, unas compañías todopoderosas hace solo unas décadas, va a ser una de las tramas más imprevisibles.
Imagen | Adzim Musa